SER O NO SER UNA “MARICOÑO”, ESA ES LA CUESTIÓN.

por | May 29, 2023 | 0 Comentarios

Nos encontramos en Mayo, el mes de las flores, las alergias en ebullición y también el de la salud de las mujeres. Si piensas que las feministas somos unas pesadas y tenemos que estar revisando todo con la mirada violeta, sigue leyendo …  Efectivamente, tenemos que ser pesadas, porque el androcentrismo y la misoginia nos han arrebatado la buena salud a todas las mujeres. 

Desde que arrastramos el mito de la superwoman, o mejor dicho el timo, le hacemos la ola a aquella grandísima obra de Betty Friedan llamada “La mística de la Feminidad”, donde recogía un cuadro de síntomas comunes en miles de mujeres norteamericanas tras ser manipuladas por los estamentos de poder, debido al ansía de no perder fuelle en el capitalismo salvaje y con un estado preocupado por repoblar la nación, anda mira, como Franco tras la guerra civil española. Para eso se creó la Sección Femenina, para enseñarnos a ser mujeres relimpias y para tener muchas ganas de maternidad. Pues en esta obra, se refleja el sentir de mujeres frustradas, que habían protagonizado el auge económico y el empoderamiento icónico al estilo del cartel de “We can do it”, creado por J. Howard Miller en 1943 para la compañía Westinghouse Electric, para luego ser prisioneras en casitas unifamiliares de color pastel, a juego con un delantal y una cintura de avispa, levantando el pie hacia atrás mientras decoraban una tarta de manzana humeante ante la llegada de un repeinado marido.

Pues bien, en palabras de Friedan, ese “malestar que no tiene nombre” o dicho de otro modo, “el malestar de género” diagnostica el sentir de todas las mujeres en cuanto tenemos una enorme carga invisible, una carga que consume todas las horas del día y que nos genera culpabilidad si nos evadimos un ratito de la acelerada realidad en la que vivimos.

Mujeres viudas, mujeres con discapacidad, madres, abuelas y tías, empresarias o atrapadas en la economía sumergida, artistas, creadoras y creativas, ancianas con salud de hierro, universitarias, pobres, muy pobres, clase media o con segundas viviendas en la playa, comerciantes, mujeres aventureras, que le gustan bailar o que la artrosis las somete al sofá, las que dudan si cambiar de estilo de vida, mujeres de izquierdas o de derechas, que piensan en divorciarse o entrar en el proceso de adopción de un segundo hijo, camareras, trabajadoras del campo, mujeres que participan en política o que lideran una asociación vecinal, jubiladas o con familia numerosa, feministas convencidas y luchadoras de sus derechos, abuelas esclavas o recién casadas por lo civil; todas ellas, toditas, conviven con el peso de un patriarcado muy egoísta y sibilino, que ha dejado muy claro en todos los ámbitos cuál es el papel de las mujeres en esta sociedad, donde la responsabilidad permanente y prioritaria de la gestión de una casa, la gestión de las relaciones familiares, el trabajo emocional, el cuidado y los afectos, la limpieza, planificación y orden, y un larguísimo etcétera como la longitud de un rollo de papel higiénico, corresponde a las mujeres.

Si a pesar de rodearnos de hombres que son corresponsables o trabajan por serlo, que comparten tareas y cuidados sin poner cara extraña, en el momento de rascar un poco en estadísticas y datos generales más allá de nuestro entorno, verificamos que existen aún muchas desigualdades. Las cifras distan considerablemente de esa igualdad que mucha gente se empeña en celebrar, seguimos aplaudiendo cuando los maridos “ayudan” a tender la ropa.

Las mujeres vivimos con una enorme carpeta con cargas extra, que parece que te la ponen desde pequeña dentro de alguna vacuna, llegando al punto de colocarnos en el centro de las responsabilidades de la unidad familiar y el hogar, con todo lo que eso conlleva. Una labor que no cotiza, no remunerada, sin vacaciones ni descansos, y que genera el mismo estrés que a cualquier o cualquiera bróker de bolsa: la sintomatología es la misma. Fatiga, agotamiento, problemas de concentración, bloqueo mental, ansiedad, problemas de sueño y/o alimentación o pérdida de la líbido. El estrés se instala en esa maldita carpeta llenita con las siguientes indicaciones:

  • Te sobrepreocuparás con todas las cosas.
  • Estarás pendiente del bienestar de tu familia 24 horas / 7 días a la semana.
  • Cuando tu criatura se caiga al suelo y se eche abajo la rodilla gritará a pleno pulmón: ¡¡mamá!! No papá. Y tú estarás siempre ahí, siempre.
  • Tendrás en cuenta las ofertas, horarios y tipología de productos de todos los supermercados de tu barrio.
  • Pensarás qué cocinar para almorzar y cenar mientras haces algo que no tiene nada que ver (redactar un informe, tirar la basura o sacar al perro).
  • Tus despistes, olvidos y confusiones (que se deben al ejercicio continuado del punto anterior), lo vivirás como algo propio de tu personalidad.
  • Te sentirás “regulinchi” cuando te vayas de casa un par de días sin dejar los tuppers listos en el frigo. 
  • La culpa se apoderará de ti si te pegas una tarde en el sofá sin ser productiva.

Ser una superwoman conlleva estas responsabilidades, y encima las gestionamos con eficacia y mucha dignidad, e incluso sacamos tiempo para ponernos el tinte, ya que una superwoman tiene que acercarse a algún canon de belleza, aunque sea del siglo pasado (entiéndase la ironía). Pero claro, ¿a costa de qué? De la salud de las mujeres.

Este es un asunto muy serio porque se trata del bienestar y la salud mental, física y sexual de más de la mitad de la población. Al tratarse de un trabajo invisible, no valorado, que no genera bienestar alguno y resta mucha energía, pues una se va fatigando, estresando y dando cuenta de lo hecha polvo que se está a veces, sin percibir que precisamente esto nos une a millones y millones de mujeres en el mundo y que es una reacción lógica y normal a la carga mental impuesta por la sociedad machista.

En este mes de mayo, en Cadigenia estamos impartiendo talleres sobre la carga mental y el estrés en las mujeres, por toda la provincia de Cádiz, y me he comprometido con un grupo a extender un término que me parece maravilloso y ejemplar para sobrellevar este asunto. El término en cuestión es … “maricoño”. Seguramente no es el concepto más apropiado desde un plano científico o académico, pero no me negaréis que no tiene poderío incluso para viralizarse

Desde la psicología positiva y la inteligencia emocional se puede entender que ser una “maricoño” es lo ideal para no caer en las trampas patriarcales del “deja eso que ya lo hago yo”, “total, yo lo hago más rápido”, “como está con su madre no está con nadie”. Ser una “maricoño” es entender que el autocuidado, destinar tiempo para una misma y hacer lo que te apetezca es un ejercicio brutal de salud, ya sea practicar deporte, ver una serie o mirar un zapato. Ser una “maricoño” es aceptar el paso del tiempo y derribar complejos alimentados por los filtros de Instagram y la publicidad constante. Ser una “maricoño” es proponer con asertividad el reparto de tareas en casa de manera equitativa, educando en corresponsabilidad a los y las pequeñas. Ser una “maricoño” es quererse con sus pros y contras, disfrutando de un chubasquero invisible en el que te resbalen los mensajes hirientes del exterior. Ser una “maricoño” es crear lazos cada vez más fuertes con otras mujeres, para hacerle un buen corte de manga al patriarcado y sus estrategias casposas para enfrentarnos entre nosotras mismas, porque sabe que si nos unimos organizadamente, nos lo cargamos. Ser una “maricoño” es parar cuando lo necesites, descansar, permitirte reivindicar lo que desees cambiar.

Yo quiero ser una “maricoño” ya mismo. Por mí, por ti y por todas. ¿Y tú, te animas?

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Autora:Tatiana Sánchez Sierra

Licenciada en psicología, experta en educación afectivo-sexual y prevención de violencia de género desde la psicología feminista. Auditora de Igualdad. Docente especialista en psicología positiva y emocional.

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