Piropo y Poder

por | Sep 15, 2022 | 3 Comentarios

 

 

 

El Piropo y el Poder

¿Es el piropo una costumbre sicalíptica de nuestra cultura? ¿Un signo identitario de algunos gremios? ¿O un impulso incontrolable por un exceso de testosterona que entra en conflicto con la teoría de la evolución de la especie? Darwin no contaba con el retroceso evolutivo de determinados eslabones, que más que avanzar, van encorvándose acercándose al primate encogiendo poco a poco sus neuronas de una forma sincrónica a la de su columna. Estos eslabones, menos perdidos de lo que quisiéramos, creen estar cumpliendo un cometido social: piensan que gracias a su “opinión no solicitada” la mujer se siente segura de que la gravedad no es su enemiga. Si la interfecta muestra algún tipo de repulsa, el piropo se torna en ataque, alegando en ella falta de simpatía o de sexo como poco… ¿Cómo puede molestarnos que un desconocido invada nuestra esfera personal o que nos de asco que nos radiografíen el cuerpo cuando paseamos tranquilamente por la calle? ¿Cómo puede generarnos sensación de miedo el no saber las intenciones de un desconocido que se ha atrevido a increparnos o a tocarse mientras nos mira? Es que nos lo cogemos con papel.

 

No al piropo

 

Ironías aparte, dejemos claro de que no se trata de un irrefrenable envite fisiológico, esto es una cuestión de poder avalada por la impunidad existente al imponer un mandato sobre la que debe obedecer. Es un sistema cómplice que no solo no lo ve extraño sino que lo aplaude. Quien acosa sexualmente en el trabajo, manda un whatsapp degradante o gasta bromas ridiculizando o tratando como objetos a las mujeres, tampoco lo hace por puro placer sexual, aunque habrá quien lo obtenga también, lo hace porque desde su situación superior ni se plantea que sea una falta de respeto y si lo considera como tal, no ve a sus compañeras, jefas o empleadas merecedoras del mismo. Probablemente si se lo hace otro varón a su madre, a su novia o a su hermana sí lo entenderán como una afrenta hacia su propiedad y empezará una lucha de cuernos como si estuviesen en plena berrea. Obviamente el que suelta un borderío por la calle tampoco lo hace por la expectativa de acostarse con la interfecta, lo hace porque “puede” opinar sobre su cuerpo y se cree en pleno derecho de hacerlo. Y no, mire usted, no nos gusta. Y si nos sintiésemos cómodas en ese comentario de un extraño (que también pudiera pasar), deberíamos analizar en base a qué cimientos está forjada nuestra autoestima. El otro día, una mujer entrada en los cuarenta me decía que esto ya no pasaba, que los piropos se habían relajado muchísimo y que cuando ella era una pibita era peor. ¡Ay, amiga mía!, ¿no será que pasada una edad somos invisibles para el patriarcado? Se nos caen las tetas y se desvía la mirada hacia otro objetivo más fresco. En cualquier caso, tengamos la edad que tengamos, a las mujeres se nos educa para que deleitemos esa mirada masculina, de esta forma estaremos preocupadas y ocupadas en nuestra talla, en nuestras arrugas, en nuestra celulitis o en ver reels de Instagram de cómo hacerse el rabillo perfecto y un contouring que te marque más pómulos que Angelina Jolie con hambre. La mirada hacia nosotras es muy dura, durísima. No solo debemos parecer jóvenes y atractivas sino también honestas: educadas para gustar pero sin ser demasiado llamativas, para seducir sin parecer putas, para hacernos el rabillo justo para ser coquetas pero no vulgares… Y díganme por todas las diosas del Olimpo cómo coño se hace eso con un rabillo porque yo siempre lo empiezo bien y termino como Cleopatra en una rave. Una dicotomía de arenas movedizas para satisfacer las demandas del sistema: la mujer de la calle y la mujer de la casa. La de la calle debe aceptar esta especie de cortejo atávico (entre otras cosas), la de la casa debe aceptar la sobrecarga doméstica (este es otro temazo), pero centrémonos en el piropo y en la conceptualización social y legislativa del acoso sexual que supone este hecho.  Sí, han leído bien, es acoso sexual cuando sin el consentimiento de la víctima se dirijan a ella con expresiones, comportamientos o proposiciones de carácter sexual que creen a la víctima una situación objetivamente humillante, hostil o intimidatoria. No es un acto ingenioso de la época del Tenorio que forma parte del patrimonio cultural, es ACOSO SEXUAL CALLEJERO, repitan conmigo masticando estas tres palabras como si estuviésemos en Barrio Sésamo, y ha costado mucho trabajo que se resignifique de esta forma y se empiecen a tomar medidas para que los espacios públicos sean seguros para nosotras. En España hasta 1989, antes de ayer prácticamente, los delitos contra la libertad sexual se incluían en el título de delitos contra la honestidad, indudablemente lo que se protegía no era la libertad sexual de las mujeres, sino su honestidad medida en base a su moral, su pureza, sus expectativas matrimoniales, su relación monógama matrimonial, y por ende el concepto de familia forjado desde el paterfamilias romano y pulido por el judeocristianismo que nos regaló el binomio insostenible de virgen y madre al mismo tiempo. Una gracia de Dios. Si una mujer iba sola, de fiesta, quería sexo o vestía “inadecuadamente”, se ponía en tela de juicio su moral y la protección penal era prácticamente nula. Para demostrar decencia, el comportamiento debía ser intachable, cosa nada fácil de demostrar si no eras monja.

 

Articulo Cadigenia- Buena esposa

 

De hecho, la violación en el matrimonio no se contemplaba, el marido no hacía tambalear el honor porque tenía un derecho casi absoluto sobre el cuerpo de su esposa en base al “débito conyugal” y al “derecho de corrección”. Por otra parte, una prostituta no se consideraba honesta: al tener un comportamiento sexual reprobado socialmente, las sentencias admitiendo una violación eran inexistentes al igual que su dignidad según la ley. Se protegía penalmente a la mujer agredida (lo del acoso callejero aún era ciencia ficción) si era virgen o le hubiera violado un desconocido mientras se resistía de manera violenta y constante, ya que si no había signos de forcejeo también era sospechosa de haberlo buscado. Entrar en shock, quedarte paralizada y dejarte hacer porque tu vida peligraba se tenía en cuenta en contadas ocasiones. Más bien nunca. En ningún momento se protegía la libertad de disponer de nuestro propio cuerpo, sino el uso del mismo que podía hacerse para mantener la estructura familiar o los deseos masculinos. Acabo de recordar un dato cuanto menos curioso: los cuernos que ponía la mujer estaban tipificados pero los que ponía el hombre no, a él se le podía castigar por un delito de “amancebamiento” es decir, si mantenía a su querida y esto repercutía en la economía de su familia legal. Todo un detalle. Lo más duro, es que todavía hoy se espera que tengamos una conducta sexual y social irreprochable antes y después de que se cometa un delito hacia nosotras para ser merecedoras de la protección del Estado, porque parece que si retomamos nuestra vida después de una violación grupal (por poner el reciente ejemplo de la manada) es que quizás hicimos algo para provocarla. Nos quieren rotas para siempre en un cruento morbo de revictimización que nos coloque en el sufrimiento perpetuo, pero sin exagerar ni ser histéricas, muy normal todo.

 

 

No olvidemos que esa “impunidad aprendida” de la que hablamos está avalada por patrocinadores de todo tipo: quien dice que un piropo a una desconocida no es para tanto, quien comparte un video porno, quien exige un comportamiento de precaución a una chica en lugar de mostrar repulsa hacia los agresores, quien juzga negativamente que estaba de fiesta de madrugada y tantos otros comportamientos que hacen que el testimonio femenino se convierta en una palabra de dudosa calidad. La cuestión no es tan compleja de entender: solo SÍ, es SÍ. A veces estamos cansadas de tener que hacer hasta un esquema con dibujitos para que las mentes más retrógradas lo entiendan, pero ya nos hemos dado cuenta de que si nos quieren caminando con miedo por la calle es por el pánico al cambio y ¡ojo! (sin rabillo) más que van a cambiar las cosas porque no nos vamos a callar ni una. El juicio externo será duro, pero ya estamos curtidas.

Susana Ginesta

3 Comentarios

  1. Susana

    Gracias!!

    Responder
    • Maria De la vega

      magnífico y valiente como siempre
      gracias por la visualización!!!

      Responder
  2. Nuria

    Genial. Gracias por tu labor

    Responder

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Autora:Susana Ginesta Gamaza

Co-founder de Cadigenia S.L. Licenciada en derecho con máster en género, identidad y ciudadanía y auditora de igualdad, Docente especialista en igualdad de oportunidades, comunicación, creatividad y coeducación.

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